OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL II

  

LA CRISIS ALEMANA Y EL RÉGIMEN PARLAMENTARIO*

 

La prolongada y exasperante crisis ministe­rial, resuelta en Alemania, después de una serie de maniobras y de fintas de los grupos parlamen­tarios, con el feble ministerio Luther, ha venido, casi en seguida de una análoga crisis francesa, a ratificar todo lo que ya sabíamos sobre la crisis del parlamentarismo. En Alemania, para obte­ner la mediocre y precaria solución Luther ha sido preciso que el mariscal Hindenburg, con un acento un poco marcial y bronco, recuerde a los partidos centristas, reacios a concertarse, el ca­tegórico dilema: parlamento o dictadura. Hin­denburg, con esta admonición, ha dado a enten­der demasiado claramente su inclinación, pru­dente y mesurada pero firme, por el segundo término:

El parlamento no puede producir en Alema­nia un ministerio sostenido por una sólida ma­yoría. El bloque de derechas que llevó a Hinden­burg a la presidencia del imperio está en minoría en el Reichstag. El bloque democrático y republicano que opuso la candidatura centrista de Marx a la candidatura derechista de Hindenburg, se encuentra, desde hace algún tiempo, roto, a consecuencia de un progresivo lógico viraje a derecha de tos partidos demócrata y católico. Por consiguiente, la única fórmula ministerial posible es la que ha producido penosamente esta crisis. Un ministerio de tipo más burocrático que político, salido de una combinación, no muy segura, de las derechas moderadas (partido po­pular alemán y partido popular bávaro) y de las izquierdas burguesas (partido demócrata y centro católico). 

Este ministerio más o menos centrista no tie­ne mayoría en el Reichstag. Pero, en cambio, no tiene tampoco una oposición compacta. Sus ad­versarios se reparten entre las dos alas extremas de la cámara. Son, a la derecha, los nacionalis­tas y los fascistas; a la izquierda, los socialistas y los comunistas. Y estas dos, o cuatro, oposicio­nes, consideran los problemas y los negocios del Estado alemán desde diversos y opuestos pun­tos de vista. 

La vida de un ministerio minoritario se explica por esta pluralidad y este antagonismo de las fuerzas adversarias. El ministerio vive del perenne desacuerdo entre las dos extremas. Su política consiste en buscar, en unos casos, el apo­yo de la derecha y, en otros casos, el de la iz­quierda. Es una política de balancín y de equi­librio que debe esquivar, a toda costa, el riesgo de una votación en que las dos extremas puedan encontrarse, en algún modo, de acuerdo en el sí o en el no, aunque partan, como es natural, de principios radicalmente adversos.

Luther cree contar con los nacionalistas para la aprobación de su política interna y con los socialistas para la de su política exterior. Sobre este cálculo reposa toda la combinación ministe­rial que preside y dirige. Su política debe ser, con una curiosa equidad, reaccionaria dentro, de­mocrática fuera. (Nada más alemán que esto, ob­servarán socarronamente los franceses). 

Pero este mecanismo de péndulo es, en la práctica, excesivamente delicado. La menor arrit­mia puede malograrlo. El gabinete es una nave que navega entre dos filas de arrecifes y que, pa­ra evitarlos, debe virar con precisión matemáti­ca unas veces a la derecha y otras veces a la iz­quierda. Al menor golpe de timón equivocado, encallará a un lado o a otro. 

El régimen parlamentario se ha salvado una vez más en Alemania; pero esta vez, en verdad, se ha salvado en una tabla. El tono y los bigotes militares de Hindenburg no permiten, además, hacerse demasiadas ilusiones sobre su seguridad en las futuras tempestades. La primera tempes­tad que turbe demasiado sus nervios puede de­cidir a Hindemburg a echarlo por la borda. 

Los partidarios del parlamentarismo tienen razón para mostrarse melancólicos. Su sistema funciona todavía, regularmente, en la Gran Bre­taña. Pero también ahí, cuando la amenaza de una huelga de mineros constriñe al gobierno con­servador a una concesión al laborismo, el rol de­cisivo de la mayoría parlamentaria aparece asaz desmedrado y disminuido. 

Hasta hace poco los partidarios del parlamen­tarismo se mantenían optimistas sobre el porve­nir del régimen. Constatando los efectos del sistema de la representación proporcional, decían que había terminado la época de los gobiernos de partido y que había empezado la época de coalición. Eso era todo. Pero los gobiernos de coalición funcionan cada día peor y menos. No sólo es excesivamente difícil sostenerlos. Más di­fícil todavía, si cabe, es componerlos. La alqui­mia de las coaliciones y de las amalgamas no ha encontrado hasta ahora una fórmula siquie­ra aproximada. 

Por el contrario, la experiencia de los años post-bélicos ha probado la imposibilidad de cons­tituir coaliciones homogéneas y duraderas. Co­mo lo observa en Francia un diputado reaccio­nario, Mr. Mandel, las coaliciones no son realizables sino "por un juego de concesiones recíprocas, de ventajas descontadas que desgarran la doctrina, disminuyen el valor combativo de los partidos, los solidarizan el uno al otro, en un renunciamiento mutuo y una política negativa". El método de coalición se resuelve en un método de parálisis y de impotencia. Y la inestabilidad de los ministerios acaba, de otro lado, por exasperar a la opinión, por acendrada que sea su educación democrática, hasta persuadirla de la necesidad de una dictadura. 

El remedio está para muchos en el abandono del sistema de la representación proporcional. Pero esta solución es de un simplismo extremo. La democracia, el parlamento, conducen fatalmente a la representación proporcional. La representación proporcional es una consecuencia, es un efecto. No se llega a ella por voluntad de los legisladores sino por necesidad del parlamentarismo. Y, en la presente estación del parlamentarismo, no se puede renunciar a la representación proporcional sin, renunciar al propio régimen parlamentario. Como lo acaba de recordar Hindenburg a la democracia alemana, no hay modo de escapar al dilema: parlamento o dictadura. 

En Alemania se observa, desde hace algún tiempo, un movimiento de concentración burguesa. Los partidos democráticos de la burguesía se han separado del partido socialista. Del gabinete presidido por Luther, forma parte Marx, el opositor de Hindenburg en las elecciones presidenciales. Marx, ministro de Hindenburg. He ahí, sin duda, un síntoma de que las diversas fuerzas burguesas se reconcilian. Todavía los demócratas y los católicos se sienten demasiado lejos de los nacionalistas, esto es de la extrema derecha. Pero, de toda suerte, las distancias se han acortado sensiblemente. Y por este camino se puede llegar a la constitución de un frente único de la burguesía. 

Pero no se vislumbra, ni aún por este camino, la solución de la crisis del régimen parlamentario. Porque su vida no depende sólo de que crea en él la burguesía sino, sobre todo, de que crea en él la clase trabajadora. En cuanto el parlamento aparezca como un órgano típico del dominio de la burguesía, el socialismo reformista cederá totalmente el campo al socialismo revolucionario. O sea al socialismo que no espera nada del parlamento. 

 


NOTA: 

* Publicado en Variedades, Lima, 30 de Enero de 1926